sábado, 10 de septiembre de 2011

La Caducidad Del Agujero


De la más importante de las esquinas nació el dios de su noche, entre engranes grasientos, fluidos hediondos y el cuchicheo tradicional de las máquinas. Se educo a sí mismo con la ayuda de unos fragmentos olvidados de revistas viejas y diccionarios caducados, completamente inservibles en la macrópolis donde residía. No comía y su cuerpo era imperfecto, marcado por la profunda depresión del tórax que le impedía respirar bien. Sus ojos estaban inyectados de sangre y de todos los colores que distinguía, su voz tenía ese vibrato que le permitía obtener todo lo que solicitaba en su reino y su corazón se sentía palpitar en cada parte de su cuerpo.

Vivió solo en su palacio por más de veinte décadas, visitado regularmente por políticos famosos y vendedores ambulantes que maliciosamente trataban de convencerlo de obtener una mejor vida, pero él nunca quiso acceder. Siempre prefirió sus lujos y el placer ofrecido por las “bívicas” (ilusiones sexuales que se adquirían fácilmente en el parque) Sus noches consistían en tres días y sus pasatiempos favoritos eran Bailes paganos y jocosos donde celebraba su inmortalidad virtual.

Pero un día cayó enfermo y grave, los sabios del reino diagnosticaron el fin de sus días. Mientras miraba su reflejo en el agua de los charcos se preguntaba tardíamente sus dudas existenciales. Se frotaba las manos con mucha rapidez y mordía sus labios constantemente, pronto empezó a recibir llamadas y videos de todas partes del mundo que lo llenaban de sentimientos indescriptibles. Pasaban las horas como solemos vivirlo y su piel empezaba a caer lentamente, vomitaba más de diez veces al día y formaba con sus secreciones pócimas milagrosas que alargarían su nombre n los libros médicos. El sufría como cualquier otro iluso que llegó a suponer tener el mundo en sus manos y sentía como cualquier otro emperador que llegó a reinar sobre 7 continentes.

La maquinas y sus cuchicheos no llegaban a ensordecer sus lamentaciones; y los engranes no llegaban a superar su degradación. Él era el rey, el amo y el señor. Llegó a cantar una vez más antes de morir, pero su voz fue reducida a un ladrido de perro. Los minutos eran contados con el goteo de su sangre sobre las sábanas blancas donde dormía y los segundos eran ignorados como las moscas que volaban sobre su casi-muerto-cuerpo.

Cuando se anunció su deceso en los medios de comunicación más populares de la ciudad todos lloraron su partida y ápteros ángeles visitaron su tumba. Fue encadenado a su ataúd y lanzado a una montaña de reliquias antiguas y obsoletas. Él era él, su dios que nació en una esquina, la más grande esquina de todas. En años posteriores, todos celebraban como él lo hizo y los necrófilos envidiaban a las reliquias obsoletas y los santos envidiaban sus pecados y la realidad continua envidiando su vida que acabaría en su próximo punto.

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